sinopsis
 

Me despierto a las 5:30 de la mañana. Es el día de la elección en México. Manejo de Los Ángeles a Tijuana. El sol amanece sobre la carretera de L.A. Llego a San Ysidro a las 8:00, me estaciono y cruzo la frontera a pie. Huele distinto. Hace más calor. Siempre me asombro de ver cómo el muro, tan arbitrario, se ha vuelto parte del subconsciente de la naturaleza.

Espero tres horas en una larga fila sinuosa para emitir mi voto y emprendo el viaje de regreso al otro lado de la frontera – me espera otra fila eterna bajo el sol ardiente. Pasa un muchacho ofreciendo aventón por $5 dólares. No me resisto. Me subo a un autobús a sólo unos cuantos metros de la garita de migración. Hay un calor de los mil demonios. Huele mal. Hay niños gritando. El autobús no avanza y pienso que hubiera preferido seguir en la fila. Un hombre mayor con barba se voltea hacia mi y me dice: “tú no eres mexicana.” “Por supuesto que sí”, le digo. Me insiste que no. Orgullosamente le muestro la marca de tinta café de mi pulgar, prueba de mi voto. No tiene ningún efecto. No logro cambiar su convicción sobre mi nacionalidad y surge esa sensación tan familiar de que no pertenezco a ningún lado. Recuerdo un pasaje de Mi país inventado, el libro de Isabel Allende: “He sido peregrina por más caminos de los que puedo recordar. De tanto despedirme se me secaron las raíces y debí generar otras que, a falta de un lugar geográfico donde afincarse, lo han hecho en la memoria…”, y me doy cuenta que la película es la memoria en torno a la cual estoy abrazando mis raíces.

El título de mi primera película, La memoria perfecta del agua, surgió de un ensayo de la escritora estadounidense Toni Morrison, en el que escribe: “El Río Missisipi no se está desbordando, sino que está recordando donde estaba. Toda el agua tiene una memoria perfecta y siempre esta tratando de regresar adonde estaba.” Este cortometraje es sobre la muerte de mi hermana que se ahogó a los dos años; yo era recién nacida. A través de la película, creé una memoria visual de ella, de quien no tengo recuerdos “reales”, y muestro cómo mi padre mexicano y mi madre estadounidense se enfrentan a la muerte de su hija. Mediante los recuerdos de la familia, me interesaba explorar cómo la memoria que fabricamos es única según nuestra experiencia y perspectiva individuales, lo que hace que sea virtualmente imposible compartir una verdadera memoria en común, especialmente en una familia bicultural.

Mi segunda película, Al otro lado, es una mirada a la inmigración y al narcotráfico mediante la tradición de los corridos, que data de hace 200 años. En el rancho ganadero de mi familia en Sinaloa solía escuchar platicas entre los vaqueros y los pescadores de la zona sobre los cultivos de marihuana en la sierra; contaban sus aventuras de cómo evadían a la migra para trabajar en la pizca del otro lado de la frontera. En las películas que vi en Estados Unidos los temas de la inmigración y el narcotráfico siempre son abordados desde fuera, hablan de los temas como si fuesen dilemas morales y no realidades económicas. Sentí la necesidad de mostrar cómo la crisis económica obligaba a tantos mexicanos a arriesgar sus vidas bajo la esperanza de una vida mejor. La película hace responsable a la injusticia de un sistema económico que permite que la gente muera en el cruce de la frontera, al tiempo que arroja luz sobre el poder del espíritu humano para enfrentar las adversidades y la tragedia con humor, herencia cultural y gracia. Al darle un rostro humano a estos temas y usar la música para zanjar la división cultural, tengo la esperanza de que la película le dé voz a la gente más afectada y menos escuchada – la parte intrínseca de este dilema sociopolítico.

Mi película más reciente, El General, cobró aliento en las grabaciones de seis horas que mi abuela hizo sobre su vida como hija de Plutarco Elías Calles, general en la revolución mexicana y presidente de México de 1924 a 1928. Ella quería escribir la biografía de su padre, pero todo lo que queda de ese esfuerzo son las grabaciones que me fueron dadas para que yo pudiese terminar lo que ella dejó sin concluir. La película se desplaza entre los recuerdos fragmentados que mi abuela tenía de su padre, una figura polémica en la historia de México, y mis vagabundeos por la Ciudad de México. Es una memoria familiar como un retrato del México de entonces y de ahora.

Para mí el cine es el diezmo para la memoria. Un costo que estoy dispuesta a pagar para darle sentido al mundo. Es la manera de encontrar el lenguaje para expresar lo que veo y lo que pienso. Es la manera de cuestionarme: ¿Cómo reconciliamos las contradicciones entre nuestra memoria familiar y la memoria colectiva de un país?, ¿cómo se fabrican la memoria y la historia?, ¿cómo reconcilio mi realidad con la historia de mi familia?, ¿cómo yo, una mexicana, puedo entender México a través de una mirada histórica?

En el inicio de la película Sans Soleil de Chris Marker, el narrador dice: “No sé cómo pueden recordar aquellos que no filman”. Para mí, hacer cine es una vía para recordar y crear una memoria donde ésta está ausente o donde se requiera una para el día de mañana. Si bien las tres películas que he dirigido en los últimos ocho años difieren mucho en su contenido, su forma y su estructura, están inspiradas por mi curiosidad para explorar cómo el pasado define quiénes somos hoy y crear una memoria visual que refleje la manera como veo al mundo.

 
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